viernes, 9 de mayo de 2014

LA MUERTA QUE RESUCITÓ



Esta es la historia de Moctezuma Xocoyotzin y su hermana Papantzin, que fue esposa del señor de Tlatelolco.

Papantzin era joven y muy hermosa, vivía en el palacio que le había dado su esposo. Un día enfermó de gravedad, la atendieron los mejores médicos de Tenochtitlán, pero a pesar de los esfuerzos murió.

Asistieron al funeral altas personalidades que vistieron elegantemente, tanto de Tenochtitlán, Texcoco, y Tlatelolco, de donde era su esposo. Moctezuma adornó al cadáver con valiosas plumas y joyas de oro y jade.

 El cuerpo de la princesa se sepultó en una gruta, rodeado de hermosos jardines de palacio, adornado con bellas y exquisitas flores, junto al estanque, donde ella acostumbraba bañarse.

Al día siguiente del funeral cruzó una niña por el estanque y vio a la princesa peinando su larga caballera; la niña no se asombró ya que era rutina encontrarla allí.

De pronto, la princesa llamó a la niña y le dijo:

-Ven cocotón, ven. –Ella se acercó a la princesa; ésta le dijo que fuera corriendo a llamar a la esposa del mayordomo al palacio, pues necesitaba hablar con ella.

La niña obedeció, y contó lo sucedido, pero la señora se resistía a creerle, pues sabía como todos que Papantzi  estaba muerta y ya había sido sepultada el día anterior; sin embargo, llegó hasta el lugar y efectivamente ahí estaba la princesa. De la impresión tan grande se desmayó.

Papantzin le dijo entonces a la pequeña que llamara a su madre, pero al llegar, también se desmayó después de dar un grito de espanto. Cuando despertaron de su desmayo  las asustadas mujeres, la princesa les habló dulcemente y les explicó que no estaba muerta.

Las mujeres estaban felices al escucharla, pues todos la quería mucho y de inmediato fueron informarle al mayordomo que la princesa no había muerto, y a pedirle que fuera a Tenochtitlán a contarle la noticia a Moctezuma, pero tenía miedo de que no le creyera, y lo castigara por lo mismo.

-Ya que tienes tanto miedo, ve a la ciudad de Texcoco y dile al señor Netzahualpilli que venga a verme –dijo la princesa.

El mayordomo, que estimaba mucho a la princesa la obedeció enseguida y fue a entrevistarse con Netzahualpilli; pero éste tampoco lo podía creer. Sin embargo, cuando la vio en Tlatelolco y la vio sentada confirmó que era verdad.

Decidió ir a México-Tenochtitlán para ver a Moctezuma y hacerle saber que su hermana estaba viva y que quería darle una noticia importante.

Moctezuma no daba crédito a lo que escuchaba de Netzahualpilli, y éste le rogó que fuera a Tlatelolco para que tuviera la certeza de que era verdad lo que le decía.

Finalmente Moctezuma salió rumbo a Tlatelolco, acompañado de mucha gente y guerreros de la corte, por que pensaba que se trataba de una trampa.

Al ver a su hermana no lo podía creer, ya que él mismo la había sepultado en la gruta del día anterior, y ahora se encontraba viva ante sus ojos; mudo de asombro, con voz ahogada, le dijo:

-Papantzin, hermana mía, en verdad eres tú o eres un fantasma que perturba mis sentidos.

-Sor yo, señor, Papantzin, tu hermana, la misma que enterraste ayer en los jardines de este palacio, estoy viva, y tengo que darte un mensaje importante que me ha sido revelado.

Mudo de asombro, tomaron asiento aquellos señores y se dispusieron a escuchar aquella revelación.


-Cuando caí en el profundo sueño de la muerte, tuve una visión. Me encontraba en un camino, que se dividía en muchos senderos y a un lado pasaba un río con un gran caudal de agua. Pensé cruzarlo nadando, cuando se prensentó de repente un hermoso joven con gran porte que vestía una túnica blanca y brillaba con el sol. Tenía dos alas adornadas con plumas y en su frente llevaba una señal (al decir esto, Papantzin hizo con sus dedos la señal de la cruz). El joven tomó mis manos y dijo las siguientes palabras: “¡Alto! No te arrojes al río de las aguas turbulentas, no es tu tiempo de cruzarlo, todavía no conoces al verdadero Dios, creador de todas las cosas, pero aún así él te ama y quiere salvarte”.

Después de escuchar estas palabras, el hombre me condujo por la orilla del río en la que se veían huesos y cráneos humanos y se escuchan lamentos a lo lejos, que llamaban a la compasión.

Al alzar la vista vi unas embarcaciones muy grandes y dentro de ellas muchas hombres, diferentes a nosotros.

Su piel era blanca como el papel y barbas largas; cubrían sus cabezas con cascos que resplandecían y sostenían en las manos unas banderas.

Entonces el hermoso joven habló de nuevo para decirme:

“Dios quiere que vivas aún, a fin de que des testimonio de lo que va a pasar en tu tierra; de las transformaciones que vas a ver próximamente. Los lamentos que escuchastes a lo lejos, son las almas de tus antepasados, quienes vivían atormentados en castigo a sus desobediencias. Los hombres que viste en las embarcaciones, son guerreros que van conquistar a tu pueblo, pero alégrate, con ellos viene la noticia del verdadero Dios, creador de todo cuanto existe. Cuando termine la guerra y se extienda el conocimiento de Dios, y tus hermanos de raza reciban el agua que lava todos los pecados, tú serás la primera en recibirla”.

Después de decir estas palabras desapareció, y yo desperté nuevamente, como si hubiera salido de un sueño; me levanté de la fría piedra en que me encontraba, y moví la roca que tapaba la gruta para salir del jardín, buscando a mis sirvientas para explicarles todo lo que me había pasado.

Al escuchar el relato, Moctezuma regresó a su palacio, decaído y triste, aterrorizado por que su imperio iba a ser conquistado.

Los médicos trataban de consolarlo y le decía que probablemente su hermana se estaba volviendo loca a causa de la enfermedad que había padecido.

Pero Moctezuma no dejaba de estar muy triste, pues lo que su hermana le había relatado de alguna manera corroboraba las noticias de la costa: precisamente había visto llegar a estos hombres, como Papantzin lo había dicho, sin saber de lo que se trataba.

En cuanto a Papantzin, ésta sufrió algunas transformaciones en su conducta; después del acontecimiento, vivió encerrada en sus habitaciones; dicen que apenas comía y sacrificaba su vida, absteniéndose de lujos.

En 1524 recibió las aguas del bautismo, siendo efectivamente la primera que nació con Cristo, por sus aguas vivificadoras, recibiendo en ese acto el nombre de doña María de Papantzin.


Después, su vida poseyó todas las virtudes, derramando bondad a todos los que la rodeaban; así murió para entrar a la vida que nunca se acaba.                                                                                                                                                          Fuente bibliográfica

Leyendas mexicanas (versión de Teresa Valenzuela) – Mario Rodríguez. 2013

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