viernes, 11 de septiembre de 2015

FRANCISCO JAVIER CLAVIJERO

El creador y autor de la historia e México.



Por: Armando Bautista Reyes.

Tengo el gusto de presentar en esta nota histórica, una de las mentes más brillantes y espléndidas de mi tierra natal Veracruz, Ver., al gran ilustre Francisco Javier Clavijero; un apasionante investigador del mundo indígena, misma pasión que lo llevó a crear y a escribir el primer libro de la historia de México. Sus estudios le valieron para redactar, criticar y refutar elegantemente, las ideas de grandes pensadores europeos de su época, quienes se encargaban de difundir un mal concepto de la civilización mexica y de los pueblos que estaban a su alrededor. La principal razón por la que sostuvo constantes debates en defensa de los indios, fue por la convivencia y comunicación que tuvo con ellos desde su infancia. Esa misma convivencia que frecuentaba tener con los indios, despertó un fuerte interés por conectarse hacia el pasado. Así es como nace su admirable pasión por la historia, misma que lo acompañaría hasta el día de su muerte.

Gracias a una colección de cartas pertenecientes al mismo Clavijero con fecha del 23 de abril de 1748, se puede confirmar que nació a la media noche del 6 de septiembre de 1731; mismo documento afirma que el 9 de ese mismo mes y año, fue bautizado en el templo parroquial – hoy catedral – de la ciudad del puerto de Veracruz. (2) Sus padres fueron: don Blas Clavijero, natural de las montañas de León de la vieja España y doña María Isabel Echeregaray perteneciente a Vizcaya. Pasó don Blas a la Nueva España muy recomendado, que al poco tiempo lo hicieron alcalde en lugares preponderantemente indígenas.

Desde la infancia, el jesuita Clavijero cambió muchas veces de residencia, debido a que su padre siempre estaba en relación con los asuntos del gobierno. La primera noticia que tenemos de su mudanza, es con fecha del 18 de julio de 1734 en el estado de Oaxaca, para recibir su primer sacramento: la confirmación. Y en poco tiempo, su padre don Blas, lo vemos colocado como alcalde mayor en Teziutlán – hoy Estado de Puebla – y posteriormente en Xicayán de la Mixteca.

No hay una fecha exacta que indique cuándo comenzó sus primeros estudios. Sus biógrafos solo mencionan que estudió latinidad y literatura en el colegio de San Jerónimo y en el de San Ignacio, filosofía y teología. Se puede conjeturar que sus primeras lecciones las recibió en el seno de su familia a los 12 o 13 años de edad.

Ya hemos dicho que desde su niñez siempre estuvo rodeado de indígenas que eran súbditos de su padre. Su primer biógrafo Juan Luis Manerio, nos dice que “…tuvo desde pequeñuelo ocasión oportuna de tratar íntimamente con gentes indígenas, de conocer a fondo sus costumbres y naturaleza, y de investigar consuma atención cuánto de especial produce aquella tierra, fueran plantas, animales o minerales. Por su parte los indígenas no habían elevado monte, ni cueva oscura, ni ameno valle, ni fuente, ni arroyuelo, ni otro lugar que atrajera la curiosidad, a donde no llevaran al niño para agradarlo…” (3)

Años más tarde, el 13 de febrero de 1748, abandona las cosas del mundo para abrazar los hábitos de la Compañía de Jesús en Tepotzotlán México. Aquí es donde fructificarían sus conocimientos adquiridos en Puebla, los cuales despertarían en él un pensamiento más innovador, guiado mas adelante por la filosofía aristotélica.

A su corta edad de 20 años, ya era un políglota, dominador de muchas lenguas; entre ellas: latín, portugués, inglés, griego, alemán y francés; sin olvidar que también perfeccionó: el náhuatl, mixteco, otomí y muchas lenguas más, que le sirvieron como base para llevar a cabo la gran obra de su vida. Estos conocimientos lingüísticos le permitieron conocer a diferentes autores de distintas culturas.

Una vez más, es enviado a Puebla en 1751, para continuar con el estudio de la filosofía. Durante esta etapa, comenzó a leer libros prohibidos, inclinándose más hacia el pensamiento moderno; no sin antes de haber obtenido el permiso de sus profesores. Algunos de estos autores son: Descartes, Newton, Duhamel, Purchot, Gassendi y Leibniz. Después de leerlos con harta diligencia y con el conocimiento que se requería, vio la necesidad de hacer cambios y de transformar el ambiente filosófico de su época, en tierras novohispanas. Y en poco tiempo, regresa a México en el colegio de San Pedro y San Pablo, para continuar con los estudios que se le requería: la teología.

Es necesario recordar que desde su noviciado, tuvo la fortuna de convivir con distinguidísimos estudiantes de su orden, como: Francisco Javier Alegre, José Rafael Campoy, Juan Luis Maneiro, Pedro José Márquez, Andrés Cavo y otros más. Todos ellos han sido reconocidos incluyendo al mismo Clavijero, como “humanistas mexicanos del siglo XVIII”. Su compañero Rafael Campoy, fue quién le mostró un rico tesoro documental, escrito por indígenas, los cuales habían sido donados por el erudito don Carlos Sigüenza y Góngora en el colegio de San Pedro y San Pablo, con la finalidad de que esos manuscritos se guardasen y no fuesen devorados por la polilla. ¿Por qué le mostraría ese tesoro documental? Seguramente por el trato amigable que tenía con clavijero, se percató de que sentía tanta curiosidad y avidez por conocer el pasado de un gran imperio. Para Clavijero, no fue tan dificultoso  leer ese acervo cultural, ya que tenía conocimiento de ello desde su infancia. Además, fue el primero que habló sobre el origen del hombre en América, “partiendo de datos puramente científicos, a pesar de las preocupaciones de su época.” “La grande alma de Clavijero – dice el historiador don Agustín Rivera – acaba de apoderarse de las memorias de la patria, de los tesoros históricos que los Ixtlilxóchitl había conservado con tanto esmero al través de los siglos: hecho présago feliz de que cualquiera que fuese en lo de adelante la suerte y las vicisitudes de Clavijero, ora anduviese de México a Valladolid y de Valladolid a Guadalajara, ora viajase desterrado allende el Atlántico, el Mediterráneo y el Adriático, ora viviese en Roma o en Bolonia, aquellas memorias no se habían de separar de su alma, no se habían de perder; hecho présago feliz de que las esperanzas de los pobres descendientes de los reyes de Texcoco, que dormían el sueño de la tumba, se habían de realizar.” (2)


Impartió importantes cátedras en los colegios de San Ildefonso y en el de San Gregorio, ambos en México; luego en Valladolid en 1764, donde tuvo entre sus discípulos a Miguel Hidalgo y Costilla. Y de Valladolid pasó a Guadalajara, en 1766.

El 26 de junio de 1767 un extraordinario suceso acontece en la Nueva España; sucede que por decreto del rey Carlos III, los jesuitas son expulsados y exiliados hacia Italia. A Clavijero le sorprende esta noticia en tierra tapatía, y junto con sus compañeros, parten para el puerto de Veracruz el 25 de octubre embarcándose en la nave “Nuestra Señora del Rosario”.

Al llegar a Italia, radicó primero en Ferrara y luego en Bolonia, donde se entregó por completo al estudio, recopilar documentos y libros, todo el material necesario para escribir su gran obra “Historia antigua de México”, una obra que levanta el monumento prehispánico de nuestra tierra, considerando al imperio mexica como “la Roma de Mesoamérica y al reino de Texcoco como la Atenas. Éste legado que nos dejó nuestra gran ilustre, sale a la luz en 1780. Y en 1781, anexa sus disertaciones históricas.

Finalmente fallece el 2 de abril de 1787. En 1970 sus restos fueron traídos a la ciudad de México y sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres en el panteón de Dolores.

Obras más destacadas:

  • Historia antigua de México
  • Historia de California




Fuente bibliográfica

1. Prólogo de Mariano Cuevas; Historia Antigua de México; editorial Porrúa “sepan cuantos”; décima segunda edición; 2014 – Francisco Javier Mariano Clavijero.

2. Documentos para biografía del historiador Clavijero, publicados por Jesús Romero Flores, en Anales del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, t. I, 1939 – 1940, p. 307 – 335.

3. Vidas de mexicanos ilustres del siglo XVIII; prólogo, selección, traducción y notas de Bernabé Navarro, Biblioteca del Estudiante Universitario, México, 1956, Pagina 122. – Juan Luis Maneiro y Manuel Fabri.